Hace unos treinta años, allá por 1981, el bolívar compraba en el mercado de Cúcuta unos quince pesos colombianos. Era ese el tipo de cambio. Hoy día el bolívar compra, en el mismo mercado cucuteño, sólo dos pesos. Una moneda nacional refleja, en cierto modo, la posición, la influencia y el poder de una nación o de una entidad política, como diríamos hablando en términos más generales. El deterioro o la degradación del dólar desde 1948 cuando se promulgo el Plan Marshall hasta hoy, testimonian así los yanquis quieran ocultarlo o disimularlo, esa suerte de capitiz deminutio y me perdonan el latinazo, que en lo económico ha venido sufriendo América del Norte en relación con Asia donde radican hoy los polos más dinámicos del desarrollo capitalista. Venezuela ha experimentado o ha sido victima del mismo proceso de menos cabo frente a Colombia. Cuando el peso colombiano salto hacia arriba y el bolívar desciende sin remedio ni tasa, Venezuela sufre un colapso y Colombia crece y trepa ladera arriba en la ardua cuenta de la valorización. Paga así Venezuela, sin que haya jueces que la condenen, ni ejércitos que le impongan esa pena, las consecuencias de algo elemental. Los valores en el campo de la economía vienen todos del trabajo. Fue el gran descubrimiento hecho por la burguesía entre los siglos XVIII y XIX que la colocaron como la dueña del universo hasta el día de hoy. No ha habido una clase más trabajadora, más emprendedora y más creadora que la burguesía. No en balde el Manifiesto Comunista comienza con el elogio incondicional, grandioso y casi lírico a la burguesía que hizo la circunnavegación de la Tierra, abrió continentes a la colonización, creó casi todas las ciencias y cambio de arriba abajo la faz del planeta. El gran pecado de la burguesía, por lo cual se convierte en clase hipócrita y postiza radica en que todo ello lo hizo, no por desprendimiento y espíritu épico sino por grosero egoísmo. Adam Smith en su libro inmortal dice por ello, y hay que agradecerle su sinceridad, preguntad a alguien si quiere trabajar o actuar por egoísmo, no por altruismo y tendréis el progreso. Es la gran paradoja de la acción humana: el inmenso progreso de los últimos tres siglos largos proviene de una clase dirigente que al obrar por egoísmo hizo del progreso algo tan insólito y cabal que resulta casi inverosímil. Una simple comparación histórica serviría para medir el auténtico valor de la burguesía como clase dirigente en escala mundial. Los tres o cuatro siglos que lleva la burguesía ejerciendo la hegemonía universal han significado mucho, muchísimo más progreso que los quince o veinte años precedentes. Volviendo a Colombia y a Venezuela, en los dos países se reflejan las diferencias entre los valores burgueses y los pre burgueses. Colombia ha tenido en la burguesía industrial, desde 1900, a la clase dirigente, dedicada al trabajo, explotadora de uno mano de obra que rendía su cuota de plusvalía por la vía del salario lo cual implica un mercado capitalista ya constituido. La clase dirigente de Venezuela es una mezcla de militares y de políticos, ajenos a la producción. En Colombia los valores derivan del trabajo, aquí por desgracia provienen del aprovechamiento. En Colombia hay una cultura del trabajo que es la súper estructura que se corresponde con la infraestructura productiva. Entre la ganancia del burgués y el salario del obrero se establece el drama social. Aquí los excedentes, vale decir, la plusvalía viene de la renta que engendra la tierra. Mientras en el vecino país se explota al obrero, aquí el sistema político lo corrompe al convertirlo en factor para el aprovechamiento parasitario de la renta. El carácter rentista de nuestra economía se evidencia del sistema de valores morales y espirituales que imperan entre nosotros. Aquí tenemos una cultura de la viveza que, ante todo, se destaca por la persistencia y magnitud del parasitismo, la negligencia y la picardía en unas relaciones de trabajo. Este ocupa uno de los últimos escalones en la tabla de valores del venezolano medio. El movimiento sindical refleja, sin quererlo o sin darse cuenta, esta desviación holgazana de las cosas. El movimiento sindical reivindica como hazaña todo lo que sea reducción de la jornada laboral y creación de días festivos y presenta esas realidades como reivindicaciones meritorias, cuando son otras de las tantas pruebas o manifestaciones de la haraganería vigente. Aquí no tendremos jamás una economía industrial ni una burguesía respetable. Pero tampoco habrá una clase política o unas esferas políticas competentes y honestas. La nuestra es una economía rentística que vive del subsuelo sin crear valores auténticos que sirvan de sostén a todo. Ésa economía es la que determina toda la cultura y la moral. Si hay una crisis en el sistema capitalista mundial que frena el alza de los precios del petróleo, único producto de exportación que tiene la economía rentística de tipo parasitario, entonces procedemos a enajenar más el subsuelo petrolero constituyendo compañías mixtas u otorgando contratos de servicios. En Colombia cuando adviene una crisis internacional, la burguesía obliga a los trabajadores a pelear. El bolívar seguirá degradándose frente al peso colombiano. No han llegado a equipararse las dos monedas porque ello coartaría o minaría las ventajas comparadas que tienen las mercancías colombianas en nuestro mercado. Colombia en la América Latina, al igual que Brasil, es como la Comunidad Europea en el viejo Mundo que hoy lucha porque el euro no se valorice. El euro o el marco alemán que ha resucitado, serán tanto más victoriosos cuánto más permitan a las mercancías europeas o alemanas penetrar en otros mercados. El trabajo es la fuente de todos los valores. Los pueblos que lo olvidan pagan en retroceso esa falta contra la naturaleza y la sociedad.
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